Lo prometió como trilogía, y efectivamente ha publicado Con el agua al cuello, Liquidación final y Pan, educación y libertad. La intención era ofrecernos su visión de la terrible situación que vive la sociedad griega y, por ende, algunos otros países europeos, como el nuestro. O sea contar en ficción eso que algunos llaman crisis, y que es una verdadera operación de reforzamiento del sistema capitalista, de lo que el sistema hace para fortalecer los intereses de los poderosos frente al creciente deterioro del mundo laboral y ciudadano.
De fondo, las medidas de la Troika; en la calle, el dolor, la angustia y el caos.
Lo que más llama la atención, o una muestra de lo que son estas novelas: un recurso constante del escritor para describir lo que sucede, que cruza una y otra vez el relato de cada una de las novelas, son las calles colapsadas por manifestaciones de todo tipo, hasta el punto de que nunca sabe si que le lleven en coche policial, si coger el suyo, tomar el transporte público o ir andando. Los indignados como evidencia recurrente.
Con el agua al cuello inició la serie. Ahí, el protagonista, el entrañable comisario Kostal Jaritos, liado por lo de la boda de su hija, recibe la noticia del asesinato de un antiguo director de banco (como si hubieran degollado con un arma cortante a Botín en lugar de haber sucumbido a una muerte natural, como acaba de suceder). Y ese hecho se da, precisamente, cuando está en marcha una campaña animando a los ciudadanos a boicotear a las entidades financieras, por ejemplo no pagando sus deudas o hipotecas.
Aquí viene el dato real: Corre el año de 2010, Grecia está al borde de la bancarrota, pasa por un momento muy crítico, y la gente sale a la calle para quejarse de los recortes en sueldos, pensiones y servicios. La opinión de su colega Stazakos, de la Brigada Antiterrorista, no es la misma que la de él, en cualquier caso no va a ser la única víctima de un asesino que parece encarnar la venganza que late entre la ciudadanía por lo que se les está haciendo de manera impune. Mucha gente piensa que “habría que matar a unos cuantos”, sabiendo que nunca lo harían, claro; el novelista que es Márkaris aprovecha la ficción para saciar esa necesidad de justicia popular, es una facultad con la que cuenta el escritor.
En Liquidación final aparece otro justiciero, y las víctimas vuelven a estar entre ese tipo de gente (clase social dominante) que es la que manda en las sociedades, los que más dinero tienen y, por tanto, también los que más poder han acumulado sobre el colectivo. Esta vez las víctimas son grandes defraudadores de impuestos.
En esta novela el autor recuerda a los gastarbeiter, porque hemos vuelto a los “trabajadores invitados” que emigraron a Alemania. Su hija está a punto de hacerlo, emigrar, irse a África, a terreno peligroso, porque de lo que se trata es de encontrar una salida, esté donde esté. Una más de las consecuencias del comportamiento del sistema.
Márkaris va soltando a lo largo del relato apuntes de esa realidad que le rodea, es el caso de que, hablando de hacer la pelota para ascender en el escalafón, Márkaris dice a través de la mujer de Jaritos que “en este país los hombres íntegros son también los desdichados”. Yo aclararía, con seguridad, que a nivel social hay determinados colectivos en los que se ha inoculado el virus de la supervivencia de sus privilegios, que carecen de toda ética.
Pan, educación, libertad es la tercera parte de esta serie sobre la «crisis» griega, que toma el título de una consigna que coreaban los estudiantes de 1973 que acabaron con la Grecia de los coroneles. Con esta novela lo que Petros Márkaris pone en la picota es precisamente a aquella juventud rebelde, con el tiempo acomodada y aburguesada, artífice del sistema al ser uno de sus elementos esenciales.
Por eso los culpables tal vez no pertenezcan a la extrema derecha, como podría pensarse en un principio, descubriéndose al final quien es su enemigo más directo en el presente.
Prefiero la primera entrega, que tampoco tiene, me parece, la calidad de novelas anteriores del escritor grecoturco, como Defensa cerrada, por ejemplo, pero si de verdad no tuvieran la calidad de antes, su valor se complementa por la función social que cumplen. Aunque ya sabemos que el policíaco con Chandler, Hammet, Himes, McDonald y un largo etcétera sacó las historias criminales de los salones de la burguesía (del búcaro de cristal) a los callejones, a la realidad de la gente, Márkaris perfila la serie negra aprovechándola para hacer lo que se podría definir como el policíaco documental, en el sentido más estrictamente social. Y es de agradecer, que al menos quede constancia escrita, literaria, de un tiempo, de un país que son muchos. De un mundo sometido, esquilmado.