Erase que se era un país en el que sus ciudadanos ya no peleaban por cuestiones importantes, las malas noticias de los últimos años habían cedido la preocupación a otra más imprescindible y prioritaria, que era la voz, conquistar la palabra, la capacidad de decidir.
Era un reino, pero no tenía que ver el país con un cuento de hadas porque mucha de la gente vivía con gran sufrimiento, no todos tenían casa, o se les echaba de la suya por deudas inventadas, otros no tenían para comer, casi todos escondían su temor a oscuras fuerzas que les arrebataban hasta la dignidad. Aunque casi todos callaban con resignación, y la mayoría creía que les maltrataban porque era lo que tenían que hacer con ellos, porque se lo merecían.
Antes, apenas pocos años antes, habían intentado que una iglesia desconchada y sucia no fuera el lugar donde se educara ni se sacrificara el respeto al cuerpo de la mujer, ni otras barbaridades similares. Lo intentaban dejándola en su sitio y con la intención de conseguir que no tuviera tanto que ver con la vida común y que no pagaran al personal de sotana ni a sus gastos corrientes o extraordinarios quienes nada tenían que ver con ellos ni con su fe.
Como llevaban haciendo toda la vida, pretendían que las condiciones laborales fueran mejorando hasta que se establecieran a la manera justa, como definitivamente sana e igualitaria debieran llegar a ser las relaciones entre las personas.
Conseguir que la existencia fuera cada vez mejor, era el lema que sobrevolaba cada comportamiento.
Pero no, aquello había sido un espejismo y cuando la corte que rodeaba al rey, los que le traían sedas de oriente, armas del oeste y mano de obra esclava del sur, decidieron que peligraba su posición de privilegio, en conciliábulo monacal cortaron por lo sano y establecieron un plan para que todo volviera al pasado desde donde, pensaban, nunca se debió avanzar.
Entonces los habitantes se percataron de que no contaban con instrumentos para influir en la marcha de la colectividad, de que los del rey tirano eran demasiados poderosos. Resultando un atentado a sus creencias y a su libertad, ya que sus protestas no fueron escuchadas.
Comprendieron que les habían engañado. Les mantuvieron el juego de votar cada cuatro años, pero no se percataron de que se trataba de una trampa. Esa era la democracia que les permitía el monarca y su corte: creer que decidían porque votaban. Luego sólo cabía el silencio, la resignación y la espera. Por eso la maquinaria del poder los zampaba como si fueran bollos de desayuno.
Entonces alguien gritó muy fuerte y se convirtió en el grito de la mayoría, y todo comenzó a desbaratarse, el miedo cambió de bando y el sol comenzó a surgir por el horizonte, en ese reino que se llamaba España. Y renació la ilusión. Sin embargo, como en una caracola circunfleja, todo volvió a su ser y el grito se amaestró, y las penas aumentaron, y nadie veía ya una salida.
Pero la hay, eso dijeron unos pocos aunque nadie los escuchaba. De momento.
El cuento era mucho más largo, y me acuerdo de casi todo, aunque pasaban muchas muchas cosas. Pero no sigo porque me echo a llorar, y ahora no me da la gana de que se me corra el rímmel.
anda…. sigue…. que nos tienes en vilo!!!
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