¿Habéis visto la foto de hora y media de Obama hablando al teléfono con Putin (esa muestra de lenguaje no verbal que han repetido en la televisión)?
Estamos en un estado de capitalismo salvaje. No porque haya necesidad de analizar la realidad presente con ojos de Marx, sino porque resulta evidente con tal de que te dés cuenta de cómo se vive hoy y cómo se vivía hace dos años, si comprendemos lo que teníamos y lo que hemos perdido y lo que estamos a punto de perder. Los que mandan, los que marcan el camino desde sus consejos de administración en empresas, partidos y bancos, se han arrepentido de habernos concedido manga ancha y una cata de sociedad de bienestar. Sus beneficios parecían recortarse, además de que China y otros lugares han marcado con su propia experiencia el verdadero camino: el empobrecimiento de la población para mantenerla como mano de obra esclava.
En un estado de cosas así la guerra es un factor casi inevitable, desde luego provechosa y hasta podría ser santificada. Las guerras son un elemento esencial en una escalada como la que vivimos. Porque la guerra es una oportunidad de nuevos y millonarios negocios, porque permite desviar la atención de los problemas de la gente a un riesgo mayor, con lo que es más fácil callarlos y manejarlos con la batuta del patriotismo, que ahora también, para nosotros, es la gran patria europea que está buscándose un hueco en este mundo repartido en áreas de influencias por mucho que ya no haya muros que lo manifiesten físicamente.
Europa está bajo la influencia norteamericana, of course, pero es un discípulo aventajado (una filial en creciente desarrollo) que exige cada vez más independencia para fortalecer su personalidad económica y financiera, potenciada desde principios de siglo por el altivo euro. Además, Estados Unidos vive una temporada en que su eterno campo de pruebas latinoamericano se está distanciando peligrosamente de su guía, y se pone muy nervioso si algo más se mueve, o si algo que puede ganar se lo niegan.
Así llegamos a Ukrania. Y a la perspectiva real de la guerra, originada esencialmente (según nuestros medios de comunicación) por el afán ultraderechista de sectores de la oposición.
La cámara legislativa rusa acaba de aprobar la intervención en ese país fronterizo. Aunque esos medios de comunicación (manipuladores, ya lo sabemos, por eso hay que poner siempre sus informaciones en cuarentena) nos han contado previamente que ya hay tropas rusas en Crimea. Y en las últimas horas las fuerzas que nos protegen de los malos se han movilizado por sus mecanismos de urgencia (la OTAN, la ONU…). En esa escalada se encuadra la charleta telefónica de dos de los amos, hablando de sus cosas, sin que nosotros sepamos de sus cosnecuencias.
Nos parece una broma (pesada, desde luego) que los grandes dirigentes del mundo aprieten sus respectivos botones rojos, nos resulta inconcebible que pueda ocurrir algo parecido: que haya un nuevo país, otro territorio, donde los grandes resuelvan sus diferencias económicas y geoestratégicas a costa de la vida de seres humanos que están a su servicio, a costa de la tranquilidad de los demás. Pero puede pasar para que tengamos que volver a quedarnos boquiabiertos y les vuelva a suavizar la crisis a nuestros gobernantes. Sí, entra dentro de lo posible, mientras nosotros seguimos ajenos a sus intereses.
La guerra siempre es un instrumento más en manos de sus negocios, y ahora una nueva parece estar servida. ¿Nos la comeremos, se les indigestará? También depende de nosotros.