A la novela de Zygmunt Miloszewski no la sitúo en el mismo nivel de calidad e interés que las dos últimas que he leído y de la que os he dado ya mi opinión: las de Manook y Minier. Lo cual no quiere decir que sea una mala novela, ni mucho menos, pero no es redonda. Y eso, claro, merece una explicación, y es la explicación que te quiero dar, como lector mío que eres.
La trama nos sitúa en un país que no es muy frecuentado por la novela negra, como Polonia, país del autor. Que se amplíe el escenario de escenarios está muy bien. Pero algo bueno, y a la vez negativo, es la insistencia en la historia del país, muy especialmente en la guerra entre católicos y judíos, un hecho presente en el asesinato que se investiga.
Para un neófito en la historia y la problemática polaca es difícil entender algunas referencias, los debates que organiza para el lector, entre sus personajes. Tal vez por eso se me haya hecho pesada, y sea de un mayor interés para el conciudadano de Zygmunt. Aunque siempre lo puede ser para cualquiera inclinado a conocer aquel ámbito. Si bien me parece que la visión que puede discernir está un tanto marcada por el sarcasmo del protagonista, muy probablemente alter ego del autor, y balanceada claramente a favor de los judíos. Una visión ácida de la realidad íntima polaca. Pelotera patriótica, chorradas católicas y xenófobas, según sus propias palabras. El narrador tomar partido, seguro que por la necesidad del autor de definirse, y eso no me parece adecuado.
Todo depende del tipo de lector que se ocupe en esta novela, La mitad de la verdad, para que salga plena o relativamente satisfecho de su lectura. Sobre todo la diferencia es sentirse a gusto con ese celo por contar y situar la trama en la historia y en esa guerra antisemita, llena de prejuicios y rumores infundados, que se sigue viviendo en la actualidad, como da a entender el autor.
Existe otro elemento: la minuciosa descripción de las averiguaciones que tiene que desarrollar el fiscal al que han adjudicado el caso de la muerte de la mujer (protagonista de esta historia y de dos anteriores: Teodor Szacki), y que podría ser un caso de asesinato ritual. Análisis que incluso le lleva a un análisis de alguna parte de la Biblia.
Incluso me ha desagradado que cite en algún momento , y no entiendo la razón, a Dan Brown (ese especialista rutinario en sacar provecho de humo de incineradora).
Un viejo cuadro en la capital de Sandomierz, donde se desarrolla la acción, y la leyenda de la matanza ritual de los judíos, probables claves del caso que se narra. Las deudas pendientes como país, las culpas arrastradas hasta el presente. Páginas negras que aún laten en el sentimiento colectivo. Pero esa investigación meticulosa y ese trasfondo de guerra de religiones, que clava en la superficie, no camuflan algunos saltos o transiciones en la trama no demasiado creíbles, como esos túneles del subsuelo de la ciudad, donde de repente y por un azar muy azaroso, aparecen en el interés detectivesco. Pero bueno, la literatura es convención, que te puedes creer o no.
Comparto las críticas a los medios de comunicación, que es un recurrente en el trato que dan, a la parecer en todos los países de los que se habla, a las investigaciones policiales, pero ¿tan explícitas como hace Zigmunt o deberían estar más camufladas por el relato? Por otra parte, el personaje, naturalmente elemento central de la novela, puede que sea de lo más atractivo de la novela, pero ese exceso de pulsión sexual lo acerca a un estereotipo, y me parece un tanto forzado, que me cuesta creerlo.
Yo creo que es una novela que el autor no ha podado suficientemente, como cuando el exceso de documentación o de querer expresar las ideas de uno, enturbian el relato literario, cuando se quieren meter sin remedio demasiadas cosas.
¿Y con todo eso que digo es buena, aunque también sea mala?
Si no tienes otra mejor a mano, tómala, porque a ti puede que te gusta más que a mí, a quien el autor no ha conseguido captar su atención. Y por mucho que esté publicada en una editorial supuestamente de prestigio, Alfaguara.