Es una novela curiosa, atractiva. Que maneja bien la documentación histórica porque no destaca como sucede a veces que algunas páginas de novela parecen apuntes de wilkipedia: Aquí ni siquiera tenemos la impresión de que se refiera a los principios del siglo XIX, aunque conviene tenerlo muy en cuenta, y datos y detalles no nos faltan para situarnos en ese otro tiempo. Recomendable.
El protagonista es un artista adscrito al realismo, Julius Bentheim, cuyo trabajo, aunque estudia para abogado, consiste en dibujar escenas del crimen con el máximo detalle, ello porque su jefe, el juez Gideón, prefiere el mencionado método a esas fotos tan caras que se comienzan a usar.
Que el protagonista sea un dibujante permite una mirada tangencial sobre los hechos. Lo ve todo desde fuera, no solo el crimen, sino el desarrollo del juicio, meticulosamente descrito. No está metido de lleno en la investigación, sino que hace cábalas con sus propios datos.
Además, un personaje marginal es algo con mucha relevancia en la historia porque le permite al autor construir historias paralelas, que llegan a ser complementarias en algunos momentos. Sustantivas. Mientras el suceso que da cuerpo a la historia se va aclarando por sí solo, a veces perdiendo el interés del lector, incluidas sus consecuencias. Un testigo que trata de intervenir, sin resultado, cuando comprender que el abogado defensor es capaz de dar la vuelta a los hechos con preguntas bien estudiadas y argumentaciones de una lógica aplastante. Imagen significativa: dos policías charlan sobre los detalles del juicio valorando que lleva un mal camino.
Esa otra historia paralela es la de los enamorados, que trata de imponerse sobre los prejuicios de la sociedad, y que permite en su azar desenmascarar al verdadero culpable, lo que no impedirá que la historia siga su curso natural.
En el Berlín de 1865 una mujer es asesinada de manera brutal. La culpabilidad del excéntrico profesor de filosofía Botho Goltz aparece evidente, empezando por su propia confesión de los hechos. Sin embargo, cuando el presunto asesino es finalmente llevado ante la justicia, hará gala de una astucia tan maquiavélica —no hay arma homicida, no hay móvil y la policía incluso ha hecho desaparecer sin saberlo algunas de las pruebas— que el lector termina preguntándose si Goltz pagará por su sórdido crimen o si conseguirá justificar ante todos su inocencia. Pero desde ese punto y hasta el punto final, se producen varios giros imprevistos que obligan a una lectura atenta y ansiosa.
Lo han dicho otros, pero tienen bastante razón: La musa oscura es una soberbia novela de detectives en la que escuchamos ecos de Balzac, de Dickens, de Zola porque las obras de Óhri suelen seguir los esquemas de las grandes novelas decimonónicas. Crea una suerte de espejo en el que se refleja lo más oscuro del Berlín decimonónico y de la condición humana. En realidad nos introduce con toda la crudeza en la crueldad social, en la que seguimos embarrados.
Describe la sociedad prusiana de la época, tan mojigata como la victoriana, donde las personas buscaban sus propios divertimentos, encontrándolos en toda clase de preferencias eróticas, como el deseo hacia objetos inanimados, hacia fetiches o disfraces, y toda clases de juegos de rol. Como se cuenta en esta novela, lo consigue a través de las peripecias del protagonista; gracias al encargo que recibe Bentheim para hacer dibujos de juergas clandestinas, que así es como conoce variedades sexuales como la emetofilia, la dacrifilia o la flatofilia.
Y, seguramente reflejo de uno de los debates del momento, en el texto se recoge esta especie de declaración de principios del autor: «A veces es posible abogar por la desobediencia ciudadana. En tanto que colectivo, es labor de los seres humanos esforzarse por cumplir las normas y las leyes. Sin embargo, como individuos, deberíamos hacer siempre lo mejor, a pesar de que sea ilegal». Aunque él se esté refiriendo a ese «crimen puro, fruto de la depravación más absoluta», pero tesis, al fin, que podemos manejar para otros menesteres reflexiuvos.
La musa oscura (Editorial Impedimenta), una kriminalroman por la que su autor se hizo merecedor del European Union Prize for Literature en 2014, primera entrega de una saga policíaca más. Armin Öhri nació el 23 de septiembre de 1978 en un pueblo de Liechtenstein. Estudió Historia, Filosofía y Filología Alemana. Desde 2009 ha publicado cuentos y novelas. Hay que seguir su producción, merece la pena.