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La señora Osmond, de Banville, me ha defraudado

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No discuto que sea una buena novela, no estoy en condiciones de contradecir el que esté a la altura del mejor John Banville. Pero este es mi espacio, aquí quiero ser sincero, y lo mismo que pongo por las nubes aquello con lo que disfruto, tengo que decir la verdad cuando abandono una novela tras leer sus primeras cincuenta páginas (Hay tanto por leer que no pierdo el tiempo con algo que no me interesa). Es el caso de La señora Osmond que ha publicado Alfaguara y que tomé en mis manos con enorme ilusión.

Puede que este desconcierto que me ha provocado la lectura de esa primera parte de la obra, incluso desazón, tenga que ver porque he leído algunas novelas de su trasunto, heterónimo más que pseudónimo, Benjamín Black, que me encantaron. Sí, me refiero a la serie protagonizada por el doctor Quirke.

Que Banville haya recibido importantísimos galardones, como el Príncipe de Asturias o el Liber, incluso que se hable de él como de un posible Nobel, no puede ser inconveniente para que comente negativamente lo que he sentido.

Además de que el relato me ha parecido lento, incluso exasperante para mi gusto, supongo que buscando la sensación de una novela decimonónica; lo que me ha incomodado ha sido, sobre todo, la forma del texto, esa prosa que el editor califica usando palabras de George Steiner referidas a Banville: “El escritor en lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante”. Pues va a ser que en esta novela yo no encuentro ninguna elegancia en el estilo, si no lo contrario.

Sólo un matiz, puede que en el resultado final tenga que ver Miguel Temprano, el traductor. Pero eso sería si sucediera de cuando en cuando, pero no puedo concebir que sea la traducción lo que explique lo que constituye mi sucinto análisis de lo leído.

Todo surge como un interrogante preocupado cuando nada más iniciar la lectura me encuentro, en tres páginas consecutivas, con tres totalmente innecesarios: totalmente inmóvil, totalmente equivocada y totalmente aceptable. Inmediatamente se lo habría corregido a los participantes de mi taller. Y sigo, y me sumerjo en un estilo que a mí, personalmente, me cansa, que tal vez el modo de lectura de hoy rechaza: lento, de párrafos larguísimos, frases recargadas.

Y lo peor: un exceso de adjetivación. Eso es muy grave, y no creo que sea achacable al traductor. Adjetivos y adjetivos, cuando no hacen falta, duplicaciones constantes, cuando no son siempre acertados, considerando que el uso del adjetivo tiene que medirse mucho y ser muy preciso, porque de lo contrario recarga y cansa. Que es lo que finalmente me ha ocurrido a mí.

Repito: no estoy diciendo que la novela sea mala. No se me ocurriría. Me parece que está presentando a una protagonista que construye por mucho que se deleite en exceso, con interés tan desmedido que no haga correr la acción, que no haya planteado todavía el meollo de la historia. Y además, me pierdo cuando estoy tratando todo el tiempo de deducir la época en la que transcurre la acción, inútilmente. Puede que yo tenga mucha prisa leyendo, es muy probable que el problema sea mío, no lo niego.

Por el contrario, si te gusta lo detallista, el paladeo lento de la intrascendencia, el ir conociendo todo en un devenir a cámara lenta, si te interesa la literatura de época como si estuviera escrita entonces, te va a encantar La señora Osmond.

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