Bernardo Fuster es un gran profesional, y buen tipo, que hace dúo musical con Luis Mendo en un grupo histórico que sigue vivo y que se llama Suburbano, con canciones tan conocidas como Arde Paris, La Puerta de Alcalá que versionó Ana Belén, Makinavaja, etc., colaboración que se ha plasmado en más de una docena de discos. además de numerosas bandas sonoras para películas, series de televisión, infinitas colaboraciones con otros artistas, etc. Y un compromiso que les convoca a cualquier causa que consideren justa. No hace mucho, Bernardo publicaba su segundo libro, El contador de abejas, que he leído con placer y mucha sintonía.
Si resumiendo se puede decir que su amigo y compañero Luis Mendo llegó a la música a través del teatro, trabajando con Tábano, y en aquella entrañable y magnífica Castañuela 70, que marcó todo un hito en el mundo del espectáculo que nacía contra y a pesar de la dictadura franquista, Bernardo llegó a ella a través de la política.
Lo cuenta en El contador de abejas, que es un libro autobiográfico. En él descubrimos que si su segundo apellido (Fuster) le explica valenciano, el primero (Feuerriegel) le sitúa en una estirpe alemana.
El libro tiene la frescura y la imperfección de alguien más inclinado a la música que a las letras, pero tan sincero, revelador y emotivo que lo hace especialmente interesante y atractivo. Y lo que cuenta es una primera parte de su biografía, porque estamos ante un libro de memorias.
El trayecto que Bernardo narra en El contador de abejas es el camino que inicia distanciándose de la ideología paterna, rompiendo con la familia y penetrando la militancia política, inicialmente vinculada a la violencia para combatir la dictadura franquista. Como tantos otros jóvenes de la época, que consideraba, o sabía, que la manera de enfrentarse a las políticas de Franco, no tenía otro remedio que ser violenta. Primero pasa por el anarquismo y luego por el FRAP. Y acaba cuando, precisamente, la reconsidera, afirmando que el compromiso por una democracia plena debe manifestarse de otra manera, con el apoyo de la gente, y no con actuaciones más o menos individuales. La reconversión que también vivieron muchos.
Y en el camino, esa incorporación a la resistencia se manifestaba, esencialmente, cantando, usando la canción como instrumento de agitación y propaganda. Entonces se puso un nombre de guerra, Pedro Faura (en homenaje a un pueblo donde se desarrolló acontecimientos que él no quiso olvidar) con el que hasta grabó un disco con el título de manifiesto. Eran los años finales de los 60 y, sobre todo, 70, años de clandestinidad, de exilio. Hasta que en el 1979 se crea Suburbano, una banda vallecana que nacía del folk. Y comienza lo que ya es otra historia, mucho más conocida.
El libro de Bernardo Fuster nos habla de un período histórico poco tratado en la literatura, y muy necesario conocer para entender mejor nuestro presente. El de los coletazos últimos del franquismo y los primeros años de la nueva etapa que se ha dado en llamar la transición. Esa es una aportación que merece la pena resaltarse. Desde su propia experiencia, con valor, con sinceridad, para provocar el debate, además de para intimar con ese personaje que tantas veces le vemos subido a un escenario, junto a Luis.
Gracias por el trabajo, Bernardo. Aunque, por cierto, a quien le interese va a tener difícil conseguir un ejemplar. Porque difundir libros que merecen la pena ya sabemos qué dificultades tiene.