Yo viví durante muchos años en la calle Santa Bárbara, pero mis dos balcones daban a la Plaza de San Ildefonso. Fue mi atalaya, me fijaba en sus personajes, conocía todos sus movimientos, presencié cosas que ni me atrevo a contar aquí. Algunas aparecen en mi novela Escrito en una ola.
Muchos años antes incluso de conocer bien la zona, de quererla, de ser mi barrio, una noche encontré la plaza sin buscarla. Iba con un amigo que había conocido durante mi estancia en Munich, y nos sentamos allí para seguir divagando, que era lo que llevábamos haciendo horas. Me encantó, luego la hice mía desde mis balcones.
Gitanillos, verduleras, prostitutas, travestis, alcohólicos, vagabundos, policías, jóvenes rebeldes, yonquis, paseantes. Todos cabían en la plaza y la daban vida. Luego yo me fui del barrio y arreglaron la plaza, quitaron los árboles, los bancos y la fuente, dejaron sólo una explanada de cemento, había llegado la civilización.