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¡Qué país tan feo!

Nuestros gobernantes han convertido España en un país feo, incluso que te invita a vomitar cada vez que ves u oyes o lees sus noticias. Lo que se ha hecho en este país a lo largo de las décadas que van de la Transición al día de hoy, con nuestra participación, nuestra denuncia, nuestra anuencia, nuestra colaboración pasiva, nuestra crítica… sobre todo en estos cuatro o cinco últimos años, nos ha orillado a una selva dramática para muchos, en la que el ser humano ha pasado a valer menos, mucho menos que antes. Miro a mi alrededor y lo que veo no me gusta, salvo algunas cosas (como diría Rajoy), todo lo que me rodea es desagradable, salvo las redes de solidaridad y la gente combatiente, excepto la vía alternativa que ha decidido elegir una senda humana, justa e igualitaria.

España es hoy un país feo porque hay un sector de la gente que vive cerca de nosotros que no recibe atención médica, o que se la quieren cobrar cuando resulta que no tienen medios; otros que no pueden permitirse el lujo de asumir el copago establecido y conseguir medicinas que necesitan irremediablemente, los más son maltratados y se les atiende sanitariamente en peores condiciones que hace apenas dos años atrás.

Mi país es cruel porque se persigue a los más débiles, consiguiendo que sean cada minuto más ricos los ricos, porque se deja a las gentes sin casa, porque se empuja a muchos directamente al suicidio al no facilitarles tablas de salvación para su supervivencia y su dignidad.

Un país en el que los menos estafan a los más con la gasolina, con el teléfono, con la comida, con el gas, con las normas de convivencia, con el agua, con lo más elemental para la vida.

Es feo porque hay niños que no pueden ir al colegio, cuando en ocasiones es donde pueden hacer la única comida seria del día; que no pueden acceder a los libros necesarios para cursar adecuadamente sus estudios; que los dejan los estudios porque ya no reciben beca. Y es feo porque hay jóvenes que no les queda otra salida más que la de irse de la casa de sus padres, pero no para instalarse por su cuenta, sino para buscar trabajo de lo que sea en el extranjero.

La arquitectura político social de mi país está construida sobre pilares de corrupción, ya lo hemos confirmado ampliamente, edificio con base de barro cuyas primeras plantas son medios de comunicación que parecen disfrutar alentando la porquería. No todos los políticos son iguales, dicen, pero lo cierto es que hay un auténtico derroche de políticos dedicados a robarnos, otro tanto de políticos que protegen a los anteriores, y otro tanto de políticos que no hacen nada para que los primeros dejen de ejercer el bandidaje de guante blanco. Luego sí, habrá que aceptar la posibilidad de que queden algunos otros políticos.

Es feo porque la Iglesia Católica sigue siendo el mismo gran poder recalcitrante, conservador y reaccionario que recibía en su seno al dictador Franco bajo palio. Siendo una de las fuentes de pensamiento troglodita que alimenta el espíritu nacional machista de los que mandan. Escogen defender la vida que no ha nacido, sin la menor consideración por el deseo de la mujer, cuando no mueven un sólo dedo por la vida en sociedad, por las injusticias aberrantes que nos cercan. Y eso a pesar de Francisco.

Mi país me da náuseas porque los políticos que hemos elegido para que nos administren, en lugar de proteger los bienes comunes, defender las conquistas sociales alcanzadas y pensar en lo mejor para la colectividad, como sería su obligación, lo que hacen es exactamente lo contrario: esquilmar nuestro patrimonio común, desandar el camino recorrido en el terreno de los derechos y aprovecharse de sus privilegios para garantizarse una dolce vita en el futuro inmediato, cuando saliendo por la puerta de la política ya entren en la puerta de la dirección de empresas, si es que acaso les hiciera falta.

Es feo porque si la cultura tradicionalmente lo tiene complicado para sobrevivir, para crear, para experimentar, para ser cultura, ahora, un lugar de protegerse, está siendo meticulosamente aniquilada.

Me repugna mi país porque los que pueden no hacen algo serio y decidido por mejorar, para que todos seamos un poco más felices, sino que están empeñados en retrotraernos al tiempo del neorrealismo italiano, o, mejor, al tiempo de la Edad Media, donde había nobleza y siervos.

Mi país es insensato porque los que son como yo, los que sufren como yo, los que aún padecen más que yo la situación, no echan la culpa a quien corresponde, a los partidos mayoritarios que nos han conducido y nos llevan por esta senda rompiendo lo alcanzado, a los empresarios, es decir, a la clase dirigente española, europea y mundial; sino que incluso son capaces de enfrentarse a quienes salen a la calle para cambiar el rumbo de las cosas y que el curso político gire radicalmente de sentido, para luego votar sosteniendo este injusto sistema.

No es país para los escritores, para los artistas, para los enfermos, para los díscolos, para los inmigrantes, para los científicos, para los jóvenes, para los parados, para los viejos, para los que piensan y para los ciudadanos en general porque se nos multiplica por cero desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, sólo por ser escritores, artistas, enfermos, díscolos, científicos, jóvenes, parados, viejos y ciudadanos en general.

No me gusta porque sólo manda el dinero, en todo. Porque han conseguido mercantilizar hasta las sombras, y el aire. Decía mi hijo hace poco: «Acabo de enterarme de que el Palacio de los Deportes ya no es el Palacio de los Deportes, ahora es el «Barclaycard Center». Manda pelotas.

Entre que las ligas de fútbol y baloncesto, e incluso los equipos, tienen nombres de bancos, las líneas y estaciones de metro nombres de compañias de teléfono, las salas de concierto de peluquerías y bancos, los bares de compañías de teléfono, cadenas de televisión y bancos, cada vez me da más asco vivir en Madrid.
No solo eso, sino que además el nombre de las cosas lo ponemos en inglés.

En plena crisis parecemos el jodido clímax del capitalismo, yo creo que la única opción posible es asumir que somos gilipollas y no tenemos arreglo.

Yo me hago extranjero.»

Manda pelotas con mi país, vendido a los empresarios

Me asquea mi país porque está siendo objeto de un golpe de estado sostenido, porque tiene el descaro de no camuflar su esencia, que es la de una dictadura, la de los mercados. Es decir, que estamos en manos de quienes más tienen, siendo la democracia un aparato macabro que paulatinamente y de manera muy estudiada manejan con fórmulas que sólo les sirven a ellos, y si no les sirven, las cambian, para eso mandan.

¡Qué país tan feo, maldita sea su estampa!

1 comentario en «¡Qué país tan feo!»

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