Atiendo las largas series de un detective con cierta precaución, no son sinónimo de calidad, sino, sencillamente, que consiguen cierto seguimiento por parte de un sector importante de los lectores, por lo que sea, que les anima a ser, en ocasiones, infinitas. Hay serie que son, o se convierten rápidamente, en algo relativamente superficial, manido, sin novedades que te hagan disfrutar en serio. Con lo buenas que son, porque distraen, entretienen, bien escritas, no me parecen muy intensas las de Donna León ni la de Camileri (hablando de un italiano y de una acogida en el país vecino), aunque me resultan muy simpáticas, costumbristas, que procuran mostrar la realidad social que les circunda. Algo diferente me pasa, por ejemplo con la serie de Schiavone de Manzini, a la que le detecto una mayor enjundia, una mayor densidad narrativa y dramática.
Claro, sobre todo la cuestión esencial es cómo es el personaje, qué características tiene, cuánto fuera de los márgenes le sitúa el autor, y de una vida equilibrada, etc. Rocco Schiavone es todo un tipo único, original, áspero y mordaz, atormentado (una característica que siempre resulta atractiva y de la que su autor saca un gran partido)
Antonio Manzini (Roma, 1964), actor, director de cine y teatro y escritor, se formó en la Accademia Nazionale d’Arte Drammatica con Andrea Camilleri, al que yo creo que ha superado como autor de novela negra, por muy bien que me cae el Montalbano del maestro. La editorial Salamandra ha editado en español las cinco primeras entregas de Schiavone: Pista negra, La costilla de Adán, Una primavera de perros, Sol de mayo y 7-7-2007. Todas ellas con importante éxito de crítica y público (como se suele decir), y aunque sólo he leído tres, tengo la impresión de que se ha ido creciendo, en intensidad narrativa, en complejidad del personaje, en interés e intriga.
En 7-7-2007, cuando su mujer, Marina, se va de casa después de descubrir los asuntos turbios en los que anda metido su marido, que ha elevado su tren de vida gracias a sus trapicheos y a los de los amigos de la infancia, Rocco tiene que esforzarse en resolver el caso de dos estudiantes asesinados. Una investigación que le conduce a destapar las conexiones internacionales de una red de narcotraficantes, para los que estos inocentes muchachos trabajaban. Pero la trama está confeccionada, también, con una buena dosis de venganza, porque las tramas no son lineales, sino de que se estiran en complicaciones razonables que le dan un ímpetu mayor al relato, y permiten un mayor disfrute al lector.
Todo esto es un racconto, un flashback de lo sucedido en aquel julio de 1007, cuando todavía era feliz (su mujer vivía) e imprudente, porque en realidad la novela comienza con Rocco reunido con el juez Baldi y con Costa, su superior, en 2013, en Aosta. Y la cuestión es por qué sigue sin resolver el caso de Adele, la pareja de su amigo Sebastiano, que fue acribillada a tiros cuando se alojaba en el piso de Rocco. Él lo aclara, pero eso le conduce a aquel otro caso de un verano tormentoso.
Rocco Schiavone es un magnífico policía, tanto como “un poco corrupto”. Así que nada es fácil en las novelas de Manzini, envueltas por ese entramado de amistades y lealtades peligrosas del protagonista, que le pueden conducir al desastre. Es brusco, cínico, también violento, malhumorado, lúcido. Subjefe de policía en la Brigada Móvil de Aosta, en los Alpes italianos, adonde llegó castigado por algo que no conocemos.
Ya estamos esperando que Salamandra publique la nueva entrega de Rocco Schiavone: Pulvis et umbra. Mancini en estado puro.