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Jesús Carrasco

Una sartén al cuidado de una mujer se prende, llega el marido, presencia la escena un niño pequelo y, más allá, un vecino. Hay que hacer un realto de la escena sumando distintas voces y algún tiempo distinto.

Ocurrió en la cocina 

Serían las siete de la tarde. En esa época del año el suceso se desarrolló a la luz de un momento mágico que en México llaman entre azul y buenas noches. En la casa, a esa hora, cada cual estaba ocupado con sus asuntos pero con la atención puesta en la cocina donde se estaba preparando la cena. Esta vez no tocaba verdura hervida porque se oía el crepitar del aceite en una sartén puesta al fuego.

 

Anda cálmate y no te pongas nervioso que no pasa nada. Sí, el aceite que se ha prendido. No sé cómo ha empezado ni porqué, pero cuando me volví, después de cerrar el frigorífico, de la sartén salían llamas. Y no cualquier llama; de dos palmos de alto. Menos mal que el extractor está apagado. Por lo menos así, no salimos ardiendo. Ya está arreglado. Le puse una tapa que tenía aquí a mano. Que sí, que ya está controlado. Cálmate y no empieces ahora a darle vueltas a lo que podría haber sido esto. Pues claro que lo cuento tan tranquila. Parece que no me conozcas todavía después de tantos años casados. Lo que no es normal es la bronca que estás montando por una cosa que no ha pasado y que no sabemos si pudo pasar. Tranquilízate que te va a dar un repente, como diría mi abuela. Que sí, que me lo tomo en serio, pero es que no pasa nada. Por tus voces, si te oye alguien, y seguro que te oyen tus hijos, los vecinos de varios portales y la banda de cornetas y tambores que ensaya dos calles más abajo, parece que aquí hay una nueva Pompeya.

 

Cuando os oí, bueno, cuando oí a este salí aquí, al tendedero. No creo ser un vecino cotilla, vosotros diréis, vamos. Pero las voces venían de vuestra casa, lo que me resultó extraño. Más me sorprendió que sólo lo oía a él y no estaba pidiendo auxilio. Entonces vi que salía algo de humo por vuestra terraza de la cocina pero algo normal, como de estar guisando, no de un incendio. Luego ya te vi a ti colocando la sartén en la encimera  y volviéndote mientras hablabas. Se te veía tranquila así que no le di más importancia. Bueno, sí que pensé en preguntaros qué pasaba para que aquí el amigo estuviera tan alterado y tú como si no lo oyeras. Ya, en ese momento, la cosa me pareció más cómica que trágica.

 

Diez años después el hijo menor de la pareja recuerda el episodio cuando le llega un olor desde la cocina. Recuerda lo que pasó allí mismo una tarde cuando a su madre, mientras hacía la cena, se le prendió el aceite que tenía en una sartén. Al principio no sabía lo que pasaba, sólo oía los gritos de su padre que hablaba muy alterado. Ni se entendía lo que decía. Sin embargo, algo en el tono de su voz resultaba inquietante. El lío duró lo mismo que el fuego: nada. Pero, para ser una nimiedad, se comentó en su familia durante años. Con el tiempo llegó al convencimiento de que aquello fue como un surtidor que se manifestó en un momento muy concreto de la vida de sus padres. Ni entonces ni después supo si en ese momento tenían problemas de algún tipo ni, claro, su gravedad. Pero, en caso de que esa fuera la razón y la tensión estuviera alta, ese fugaz fuego en la cocina fue la excusa para abrir la válvula de escape y, estaba seguro, funcionó bien.

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