Confianza
Posó los labios sobre los de ella, resecos, abiertos por la fiebre y el dolor, procurando humedecerlos con la punta de la lengua, concienzuda, amorosamente, intentando hacerla sentir toda la ternura de la que era capaz. Así recibió su último aliento, que se le introdujo muy dentro, como si intentara acompañarlo hasta que se volvieran a ver, como diciéndole ¡hasta luego!
Este recuerdo venía en una de las motas de polvo que veía a través de los rayos solares que entraban por la ventana, y que parecían mantener la vida en suspenso esperando a que el movimiento cotidiano pintara uno nuevo.
Hacía diez años que se había ido y la seguía añorando, le dolía tanto su ausencia que en los despertares, cuando todavía el día y la noche se confunden, esperaba verla.
Se incorporó lentamente, cansado de antemano por la jornada que empezaba.
– ¿Ya estás aquí?, no te había visto, ¿nos vamos?
Le miró y sin decir palabra espero a que siguiera hablando.
– Antes de irme me hubiera gustado dejar arreglada alguna cosa más pero supongo que se hace tarde, en fin cuando quieras, estoy listo.
Ella se acercó y depositó en sus labios un suave beso que le supo a reencuentro llenándolo de sosiego, por fin el círculo se había cerrado. Después, cogidos de la mano, dieron media vuelta y salieron por donde había llegado, sin que se percibiera ruido alguno, dejando tras de sí tan solo un cuerpo inerte con una sonrisa insinuada en el rostro.