Yo había trabajado ya en varias campañas electorales para el PSOE, a través de la empresa de Charo García.
Aquellas elecciones se quería desarrollar una idea de Alfonso Guerra, que iba a ser un hito, aunque luego nunca se siguiera el modelo, que un tren electoral recorriera toda la geografía española. La experiencia fue fascinante.
De la estación de Atocha salieron dos trenes, el uno con destino el sur, bajo la producción técnica de Chus, quien al acabar el trabajo sería mi mujer, y otro hacia el norte de la península, bajo mi responsabilidad técnica. Cada uno llevaba a su lado a un responsable político puesto por el Partido, que en mi caso fue el chileno Alejandro con quien mantengo desde entonces una buena amistad.
Eran trenes antiguos, renovados, con un vagón restaurante, uno dedicado a oficinas y para dormir los jefes, otro para dormir el resto del equipo, uno dedicado a una exposición y otro preparado para dar ruedas de prensa en aquellos sitios en los que nos íbamos deteniendo.