Boris Vian es uno de los creadores más atractivos de los que he tenido noticia. Alguien dijo que a Boris Vian el mundo se le quedaba pequeño. ¡Cuánta razón tenía! Porque a pesar de morir con 39 años, ha pasado a la historia como novelista, poeta, músico de jazz, compositor, trompetista, inventor, ingeniero y, sobre todo, vividor en el mejor sentido del término, bohemio, claro, en los intensos años franceses de los 40 y 50. Sátrapa Trascendente del Colegio de Patafísica. ¡Menuda cabeza tenía, y qué gran espíritu libre fue!
Yo creo que me quedé prendado de él cuando leyendo La espuma de los días, el narrador me contaba que la enamorada del protagonista enfermó por tener un nenúfar en el corazón. ¿No es la más digna enfermedad del amor? ¿No es una imagen maravillosa? Luego le conocí otras de sus novelas, y conseguí su disco y me terminó por desarbolar al escuchar Le déserteur, que con el título ya lo anticipaba todo. Y descubrí sus novela negras, porque además, esa era otra historia, en la que ahora me quiero centrar.
Fue todo cuestión de entrarle a una apuesta que le propuso su editor, Jean D´Hauin: hacer una novela que triunfara. La escribió en una semana, o en diez días, según cuentan. Y la lanzaron con pseudónimo: Vernon Sullivan, un supuesto escritor negro estadounidense, presunto autor del thriller al estilo americano: Escupiré sobre vuestra tumba (1946), en la que Vian, teóricamente, solo actuaba como traductor. Se armó un enorme revuelo, la censura no pasó por alto el elevado contenido sexual y violento de la novela. Y cuando se descubrió finalmente la autoría de Vian, el escritor se convirtió en blanco de las más duras críticas, que afectaron a la reputación del resto de su obra, contribuyendo, por otro lado, al aumento de las ventas. Hubo proceso, condena a modo de multa, a él y al editor.
Pero el continuó su trabajo con el heterónimo con otras dos novelas similares a la primera: Que se mueran los feos y Con las mujeres no hay manera. Similares por su prosa impregnada de violencia y sexo. Prosa que mimetiza el estilo más crudo de la novela negra norteamericana, entonces tan en boga, de ahí su éxito, a lo que favoreció el escándalo. No sólo deben ser consideradas novelas negras, sino que son una gamberrada descarada, irreverente y desternillante en ocasiones. De hecho los dos procesos que sufrió fue por “corrupción de las buenas costumbres”. ¡Ay, siempre la sociedad biempensante que todo lo controla según su ”bondad” farisaica!
Hoy mismo, si se leyera con los ojos de las modas y concepciones actuales, a veces escabrosamente superficiales y picajosas, el escándalo volvería ser mayúsculo, aunque fuera por otras razones. Porque la irreverencia la lleva a todas las dimensiones de lo cotidiano, con sus tramas medio rocambolescas, con toques, como el resto de su obra, absurdos y surrealistas. Si, puede ser tachada de machista, de obscena, de cruel… sobre todo es provocadora.
A mí me complacen, sin duda, sobre todo si las leo, como acabo de hacer de nuevo, con perspectiva histórica. Y las aplaudo fervientemente. Porque una de las principales facetas que puede tener la creación es la de provocar. A todos.
Murió de un infarto a las diez y diez de la mañana del martes 23 de junio de 1959, mientras asistía en el cine Le Petit Marbeuf, cerca de los Campos Elíseos, al preestreno de la película basada en su novela Escupiré sobre vuestra tumba. Las malas lenguas dicen que fue por abochornarle la versión. En cualquier caso, más allá de la leyenda o no leyenda, lo cierto es que era una persona delicada de salud, que ya había tenido algunos escarceos con el lecho del dolor.
Nos queda un puñado de obras y una trapisonda biográfica que yo sitúo en un puesto de honor de la creación de todos los tiempos.