Esperando ese concierto que unos privilegiados disfrutan cada primero de enero en Viena, tras las campanadas de la Puerta del Sol de la noche anterior, y con la resaca de la cena familiar de la Nochebuena; es decir, entre Pinto y Valdemoro, reflexiono sobre aquello de lo que no puedo dejar de hacerlo: mi sociedad, concretamente sobre algo que últimamente oigo a menudo: la zona de confort.
Creía que eran importantes, incluso inteligentes, pero sólo son poderosos y astutos. Tienen dinero, tienen armas de distinta índole, tienen a su disposición todos los dominios. He comprendido que son los semidioses de este puto tiempo porque amaestran nuestras vidas a su capricho, dependiendo del estado de ánimo y del estado del bolsillo con que se levantan cada mañana. Nos manejan a golpe de decisión mercantil, nos sacan, nos meten, nos hunden; se ríen de nosotros y se mean en nuestras almas. Nos eligen los hijos, nos ordenan cada minuto de la vida, y luego nos tiran como despojos cuando ya no somos útiles, y también cuando si acaso torcemos un ápice la mirada con un deje de encono. La sociedad me parecía un caos donde no rige la justicia, que está enferma por su esencia manipulada, que es brutal por la pérdida de ética, etc.; pero no, es un imperio perfectamente diseñado en macabras reuniones de los cenáculos directivos. Y así lo aceptamos. Sí, maldita sea, así nos conformamos que sea, y no sólo porque no nos permitan otra opción.
Dios no ha existido hasta que las grandes corporaciones y los grandes bancos han universalizado y centralizado su energía conjunta. Entonces la Nueva Luz, el Nuevo Ojo que todo lo controla ha emergido diletante para reordenar el mundo según sus necesidades y creencias, y los seres humanos han sido reconvertidos en fieles peones de un ejército a su servicio. De momento no quedan rebeldías, sino opciones aventajadas de que todo empeore gravemente, caminando con desesperación hacia una deshumanización total, hacia una degradación meticulosa de conceptos viejos como el de democracia. Han distorsionado tanto conceptos que nos permitían avanzar hacia una sociedad más avanzada, que ahora ser solidario, ser legal, ser justo o ser igualitario, por ejemplo, nos conduce a la deshonra o, como mucho, a la marginación inútil.
¿Dónde quedó la pedagogía, el pensamiento, el sentido crítico, el arte?, ¿dónde se esconden los intelectuales?
Ahora todo se reduce a pelear con uñas y dientes o sin el menor atisbo de moralidad, que es lo mismo, para mantener la plaza en una zona de confort. Sí, zona de confort, donde reside un relativo porcentaje de la sociedad compuesto por cuadros medios de empresas sólidas o instituciones que difícilmente pueden encallar, para quienes su sueldo lleva congelado cuatro o cinco años, pero que era entonces suficientemente alto como para que a ninguno le pellizque la duda o el temor. Se lucha desesperadamente cuando se cae a la zona de miedo, viniendo de la anterior, son la mayoría: parados, gentes del arte, de la cultura y del espectáculo, trabajadores con sueldos de miseria, cuyo número crece impulsado por el capitalismo salvaje que sólo requiere de esclavos, ancianos que cada vez tienen menos poder adquisitivo y una larga lista de sectores que sería una pesadez intentar recorrer por entero. Luego hay otras dos zonas más en las que han dividido esta sociedad: la zona de pánico, o de la risa, en la que caben los que nada tienen que perder porque ya lo han perdido todo.
Y la que lo gobierna todo, el territorio de aquellos semidioses, que es la zona de lujo, la pura obscenidad, donde se dedican a acumular riqueza, poder, esclavos.
¿Qué quiere decir esto? Nada, sólo que el mundo está perfectamente organizado, por ellos. Y atado y bien atado, por ellos. Mientras los demás, sordos, ciegos y mudos, asentimos con temor, o con resentimiento, o con nostalgia, o con esperanza, pero asentimos como muñecos de feria. Mientras se impone la impresión de que el Nuevo Año no va a purificar la inutilidad y mediocridad de los lideres que dicen rebelarse, y desde luego no sólo no va a cambiar nada el panorama, sino que va a ser un nuevo año para la consolidación de la estupidez humana, de la codicia salvaje, del hambre, la miseria y la muerte.
En esto llegó la Navidad y mandó comprar. ¡Feliz Año Hueco!… Joder, ¡despertemos!, ¿donde ha quedado lo de pelear por un Mundo Nuevo?